sexta-feira, 31 de julho de 2015

O problema da psicologia contemporânea em sua relação com a Fé Cristã - Prof. Martin Echavarria

Em outra ocasião, traduzirei este importante texto, mas julguei importante publicá-lo logo, mesmo em espanhol, dada a urgência da sua veiculação e leitura.

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El problema de la psicología contemporánea en su relación con la fe cristiana



Martín F. Echavarría 

En este artículo nos proponemos, en modo breve, señalar los aspectos fundamentales de la problemática epistemológica y práctica de la psicología contemporánea en su relación con la fe cristiana. Lo haremos basándonos en afirmaciones explícitas del Magisterio de la Iglesia, así como en bases filosóficas y teológicas inspiradas en Santo Tomás de Aquino.

1. El fundamento ideológico de la psicología contemporánea

A nadie escapa que la psicología plantea un problema especial al creyente, en primer lugar de tipo práctico (¿en qué medida algunas prácticas y métodos de importantes corrientes de la psicología contemporánea son compatibles con la vida de fe?) y, a continuación, de tipo epistemológico (¿es la psicología un ciencia? ¿de qué tipo? ¿cuál es su relación con la filosofía y la teología?).

Como es sabido, en gran medida la psicología experimental contemporánea se construyó en base a la filosofía positivista en franca oposición dialéctica con la tradicional ciencia del alma. Pero la psicología no es sólo la psicología académica. Un problema especial, y de enormes consecuencias en la vida de muchas personas, lo plantean las teorías de la personalidad que están en el fundamento de la práctica de la psicología y en particular de la psicoterapia.

Juan Pablo II, en un discurso a los miembros de la Rota Romana, advertía sobre el peligro que encierran algunas psicologías basadas en antropologías contrarias a la fe:

Ese peligro [que el juez eclesiástico se deje “sugestionar por conceptos antropológicos inaceptables”] no es solamente hipotético, si consideramos que la visión antropológica, a partir de la cual se mueven muchas corrientes en el campo de la ciencia psicológica en el mundo moderno, es decididamente, en su conjunto, irreconciliable con los elementos esenciales de la antropología cristiana, porque se cierra a los valores y significados que trascienden al dato inmanente y que permiten al hombre orientarse hacia el amor de Dios y del prójimo como a su última vocación.

Esta cerrazón es irreconciliable con la visión cristiana que considera al hombre un ser «creado a imagen de Dios, capaz de conocer y amar a su propio Creador» (Gaudium et spes, 12) y al mismo tiempo dividido en sí mismo (ver Gaudium et spes, 10). En cambio, esas corrientes psicológicas parten de la idea pesimista según la cual el hombre no podría concebir otras aspiraciones que aquellas impuestas por sus impulsos, o por condicionamientos sociales; o, al contrario, de la idea exageradamente optimista según la cual el hombre tendría en sí y podría alcanzar por sí mismo su propia realización .

En esta crítica caen la mayor parte de las corrientes psicológicas más divulgadas, y, la primera de todas, el psicoanálisis de Freud. En su inspiración última, ésta no es sino una realización práctica del proyecto nietzscheano de transvaloración y de superación del cristianismo y la moral . En su aspecto teórico es una mezcla entre la visión romántica del inconsciente, la dinámica de las representaciones de Herbart y el evolucionismo. La doctrina psicoanalítica, tanto en sus aspectos antropológicos, como religiosos y morales, es francamente incompatible con la visión cristiana del hombre. Ya nos referiremos a su aplicación psicoterapéutica.

Lo que sucede con el psicoanálisis es casi un ejemplo de lo que sucede con la mayoría de las corrientes actuales de psicoterapia, aunque mientras que en Freud y la psicología profunda en general —Jung, Lacan, etc.— prevalece «la idea pesimista según la cual el hombre no podría concebir otras aspiraciones que aquellas impuestas por sus impulsos», en las corrientes de psicología humanista —Moreno, Rogers, Maslow, Fromm, Perls— y existencial —R. May— predomina «la idea exageradamente optimista según la cual el hombre tendría en sí y podría alcanzar por sí mismo su propia realización». Generalmente estos últimos autores consideran las influencias familiares y morales como represivas de la espontaneidad vital y fomentan una especie de libertad absoluta de autorrealización, que tal como ellos la exponen es incompatible no sólo con los requerimientos morales del cristianismo, sino con las exigencias mínimas de la ética natural . De hecho, si el psicoanálisis de Freud se presenta en último análisis como un intento de superación nietzscheana de la moral, estas psicologías parecen intentos de proponer una nueva forma de ética, experimental o clínica.

En las psicoterapias sistémicas, a este intento se suma una destrucción de la noción de causalidad y de la idea de persona como sujeto subsistente, y su disolución ontológica y moral en una red de relaciones que sería el verdadero sujeto del trastorno y del cambio, además de una concepción constructivista del conocimiento —que afecta también otras áreas y autores de la psicología contemporánea— en la que se anula la noción de verdad y de realidad objetiva.

Las psicoterapias conductuales, aunque más pragmáticas, tienen una raíz cientificista y tecnocrática en la ideología conductista, aunque parecen haber evolucionado mejor con la incorporación de elementos cognitivos en las llamadas psicoterapias cognitivo-conductales. De todos modos, y más allá de los elementos rescatables que se pueden señalar, se sospecha la presencia de una actitud hostil hacia la moral cristiana, o a veces —como en A. Ellis— un intento explícito de proponer una nueva moral .

Éstas que hemos mencionado son las principales corrientes de psicoterapia. Es muy difícil, por no decir totalmente imposible, en casi todos los países, conseguir una formación sistemática en psicoterapia fuera de estas escuelas.

Creo que este panorama, necesariamente rápido, es suficiente para notar que aquí existe un problema que necesita ser resuelto.

2. El estatuto epistemológico de la psicología

Como hemos dicho, una de las cuestiones que se deben resolver al abordar el tema de la relación entre razón y fe en la psicología contemporánea es el epistemológico: de entrada no está claro qué cosa sea la psicología en el sentido actual del término.

En nuestra opinión aquí hay que hacer una primera gran distinción: una cosa es la psicología como saber especulativo y otra cosa las psicologías prácticas. No siempre hay una relación —al menos directa— entre ambas.

La psicología académica de los últimos ciento cincuenta años ha hecho una enorme parábola que comienza con el intento, fundado en la ideología positivista, de separarse objetiva y metodológicamente de la filosofía —a veces negando completamente su valor de verdad— para, recientemente volver a acentuar su conexión con ella —especialmente en lo que se ha dado en llamar “ciencias cognitivas”—. Aun distinguiendo entre el conocimiento universal y necesario del alma, propio de la psicología llamada filosófica —y mal llamada por Wolff “racional”—, y el descriptivo y contingente, propio de la psicología experimental y fisiológica —en sus distintas ramas—, no hay que romper la unidad epistemológica que debe haber entre estos modos diversos de conocer el alma y de cuya separación son estos últimos saberes los que más salen perdiendo. En este sentido hay que recordar la unidad que antiguamente tenían estas disciplinas dentro de la filosofía natural, tal como los desarrollaron Aristóteles y Santo Tomás .

Estas psicologías teóricas pueden resultar aplicadas a través de la técnica. De hecho, la psicología clásica era un conjunto de disciplinas referidas a la vida, no sólo humana, sino también vegetal y animal. De tal modo que una ciencia técnica como la medicina —y la psiquiatría como rama de ésta— de algún modo es una aplicación de la psicología, en este sentido amplio. De este tenor son también algunas técnicas psicológicas y psicopedagógicas basadas sobre el conocimiento teórico del funcionamiento de las facultades psíquicas, como los sentidos, la imaginación o la memoria.

También hay que recordar que el conocimiento teórico acerca del alma —en particular el del primer tipo— es el fundamento de la ética, que en sentido clásico es la ciencia práctica de la personalidad, por cuanto el término griego ēthos —de donde proviene ēthica— significa “personalidad” o “carácter” . Un libro como la Ética Nicomáquea de Aristóteles era algo muy alejado de un catálogo de reglas sobre lo que se debe hacer o no hacer; era un estudio de cómo se forma el carácter virtuoso —tema retomado hoy, desde otro punto de vista, por Martin Seligmann y la psicología positiva . Como ya hemos dicho, muchas de las actuales psicologías prácticas —llámeselas psicoterapia o counselling— son versiones alternativas de ética, a veces explícitamente —véanse algunos dichos de autores como C. Rogers, E. Fromm o A. Ellis— otras implícitamente y a veces incluso intentos de superar la moral en una especie de praxis postmoral —como es el caso del psicoanálisis de S. Freud—.

Sobre esta conexión entre parte de la psicología y la moral llamaba la atención hace tiempo el filósofo Y. Simon: «Entre las materias normalmente estudiadas hoy bajo el título de psicología, algunas corresponden en realidad a un conocimiento propiamente moral, y no pueden ser comprendidas sino a la luz de principios morales. Hace tres cuartos de siglo, Ribot, cuyos esfuerzos por someter la vida afectiva a los procedimientos totalmente especulativos y positivos de la psicología moderna son conocidos, escribía que para la psicología moderna ya no hay pasiones buenas ni malas, como tampoco hay plantas útiles o nocivas para el botánico, a diferencia de lo que pasa con el moralista y el jardinero; paralelo seductor, pero sofístico, ya que si es accidental para una planta satisfacer o contrariar la mirada del amante de los jardines, una pasión, considerada en su ejercicio concreto, cambia de naturaleza según que favorezca o contraríe al agente libre. Ahora bien, la psicología moderna de la vida afectiva, sondeando el mundo del vicio y de la virtud prohibiéndose todo juicio de valor moral, pero arrastrada por el juego concreto de la libertad en un orden de cosas donde la naturaleza de la realidad considerada varía con los motivos de la elección voluntaria, presenta generalmente un penoso espectáculo de sistemática desinteligencia. Aquí, como en sociología, encontramos la última palabra del cientificismo. Después de la arrogante pretensión de someter los problemas metafísicos al juicio de la ciencia positiva, estaba reservado a nuestro tiempo asistir a la fisicalización de las cosas morales. Muchas personas alarmadas por la devastación que causa en las jóvenes inteligencias la lectura de los sociólogos, quieren reaccionar reclamando simplemente un uso más libre y clarividente de principios metodológicos considerados como intangibles, o como mucho la introducción de reformas metodológicas discretas, dejando a salvo el carácter totalmente positivo y especulativo de las ciencias morales distintas de la moral normativa. Nosotros creemos que no se podrá hacer nada contra la influencia tóxica de una cierta sociología si no se comienza por reconocer que toda ciencia del actuar humano, del ser moral, para comprender su objeto debe recibir de la filosofía moral el conocimiento de los valores morales» .

El tema de las ciencias sociales y del comportamiento —que aunque a veces sean descriptivas, no dejan de ser disciplinas morales y alcanzan todo su vigor en cuanto unidas a su raíz — debe ser completamente repensado sobre la base epistemológica de una recta filosofía. Por lo que a nosotros respecta, un tema sobre el que se ha llamado escasamente la atención es el de la necesidad de volver a fundar la psicología de la personalidad —y otras disciplinas psicológicas como la psicología social— en la sólida base que epistemológicamente le corresponde: la ética.

Hay que recordar que en la ética clásica convivían de hecho varios niveles de conocimiento distintos —como se ve en los libros éticos aristotélicos—: 1) Un primer nivel propiamente científico (en sentido clásico), es decir que alcanza la verdad acerca de las causas primeras de las cosas humanas con certeza (así al hablar del fin del hombre, de los hábitos, virtudes y vicios en común, etc.); 2) Un nivel experimental, en el que se describen los hechos morales como se dan ut in pluribus (como cuando se afirma que «el pensamiento mitiga las concupiscencias», que «hay peleas entre los soberbios», etc.); 3) Un nivel de explicación de las causas próximas de los fenómenos morales, que no se basa en el silogismo científico, sino en el dialéctico, que engendra un conocimiento hipotético o probable (opinativo en el sentido clásico de opinión fundada); 4) Un nivel “prácticamente práctico”, que es el ejercicio de la virtud moral bajo la dirección racional de la prudencia —que puede suponer en algunos casos también el dominio de algunas técnicas— que es a lo que tiende y en lo que culmina todo el conocimiento anterior. Las actuales ciencias sociales y del comportamiento se sitúan generalmente en los niveles 2) y 3), aunque a veces explicitando también el nivel 1), y desarrollando el nivel 4) más en modo técnico que prudencial.

Opinamos que, de modo semejante, la práctica de la psicología se basa sobre: 1) una filosofía de la personalidad; 2) un conocimiento descriptivo de la personalidad, basado en la experiencia clínica o en estudios de tipo estadístico; 3) una teoría probable de las causas del comportamiento, apoyada en 1) y 2). En sí misma, aunque su ejercicio profesional implique el dominio de algunas técnicas —de evaluación y de intervención—, que además para ser efectivas no pueden constituir nunca un método universal útil para todo, esta práctica depende principalmente de la virtud de la prudencia.

3. El psicólogo necesita la Revelación

Ahora bien, en la medida en que lo que intentamos es entender la dinámica del carácter de las personas concretas, el recurso a la fe y a la teología es obligado porque:

1. Como dice S.S. Pío XII en un discurso dirigido a los psicólogos, la personalidad concreta —especialmente la cristiana—, se hace incomprensible si se ignoran determinados hechos conocidos por la Revelación.

Cuando se considera al hombre como obra de Dios se descubren en él dos características importantes para el desarrollo y valor de la personalidad cristiana: su semejanza con Dios, que procede del acto creador, y su filiación divina en Cristo, manifestada por la Revelación. En efecto, la personalidad cristiana se hace incomprensible si se olvidan estos datos, y la psicología, sobre todo la aplicada, se expone también a incomprensiones y errores si los ignora. Porque se trata de hechos reales y no imaginarios o supuestos. Que estos hechos sean conocidos por la Revelación no quita nada a su autenticidad, porque la Revelación pone al hombre o le sitúa en trance de sobrepasar los límites de una inteligencia limitada para abandonarse a la inteligencia infinita de Dios .

La psicología contemporánea, particularmente en algunos de sus campos como la psicoterapia, plantea ciertos problemas que no tienen adecuada solución si no se eleva la mirada hacia sus fundamentos filosóficos y teológicos. Si el psicólogo —particularmente el psicólogo práctico— no tiene en cuenta que el hombre es imagen de Dios y que está llamado a la vida de la gracia filial de Cristo, no comprenderá del todo a las personas o incluso errará, nos dice el Santo Padre. Hay datos que conocemos por la Revelación, o por la teología que profundiza en el dato revelado, y que, si no se tienen en cuenta, llevan al psicólogo práctico a errar en aquello que le es más propio, el juicio sobre la personalidad y, consiguientemente, en la ayuda que se basa en ese juicio.

2. Porque, debido al estado actual de la naturaleza —caída por el pecado original—, la ley natural no se puede cumplir perfectamente sin la gracia . Es más, lo que es normal y anormal para el hombre no se termina de entender sino desde la Revelación. Esto mismo recuerda S.S. Juan Pablo II refiriéndose a otro aspecto del misterio del hombre; no el de su grandeza —imagen de Dios e hijo de Dios en Cristo—, sino el de su miseria: el estado de naturaleza caída. En este sentido, el Papa nos dice que las ciencias humanas (como la sociología o la psicología, que a veces son ciencias morales descriptivas o hipotéticas, y otras muchas veces auténticas cosmovisiones filosóficas —como es el caso del marxismo o del psicoanálisis—) no nos pueden dar a conocer lo que es el hombre normal, y por lo tanto no son normativas. Lo son sólo si, desarrolladas correctamente, el estado de hecho de la mayoría de los hombres. A veces se confunde la normalidad empírica (la media estadística) con la normalidad humana según la naturaleza y la gracia. El hombre normal sólo nos es conocido por la Revelación: «Mientras las ciencias humanas, como todas las ciencias experimentales, parten de un concepto empírico de “normalidad”, la fe enseña que esta normalidad lleva consigo las huellas de una caída del hombre desde su condición originaria, es decir, está afectada por el pecado. Sólo la fe cristiana enseña al hombre el camino de retorno “al principio” (ver Mt 19, 8), un camino que con frecuencia es bien diverso del de la normalidad empírica» .

Un estudio meramente empírico, por correcto que sea metodológica y filosóficamente —no nos referimos ya de la empiria contaminada por prejuicios ideológicos falsos—, no sólo no puede decirnos cómo es el hombre normal, sino que, dice el Papa Juan Pablo II, con frecuencia la normalidad empírica y la normalidad real son muy distintas. Esto recuerda la crítica hecha por el psiquiatra y filósofo católico Rudolf Allers al criterio estadístico de normalidad (sostenido en aquel tiempo, entre otros, por el famoso psiquiatra Kurt Schneider): «Supongamos que en un país hubiera 999 hombres afectados por la tuberculosis y sólo uno que no estuviera enfermo. ¿Se podría concluir que el “hombre normal” es aquel cuyos pulmones están carcomidos por la enfermedad? Lo normal no se confunde con la media. Si pues, según la media, el hombre se decide por el instinto, esto no prueba que no pueda hacer otra cosa, ni que los valores elevados son por naturaleza débiles» .

Es necesaria la purificación del intelecto y del afecto que produce la gracia, que nos pone en contacto personal con Cristo, para llegar a conocer de verdad al hombre. No otra cosa dice el Concilio Vaticano II en Gaudium et spes 22: «En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación».

En este sentido, sin negar todos los niveles epistemológicos naturales que hemos mencionado, que poseen su autonomía, creemos que se puede hablar de una “psicología cristiana”, que en su traducción “profesional” en las circunstancias actuales está casi toda por desarrollar.

4. Psicoanálisis y psicoterapia

Ya se ha dicho que entre todas las especialidades psicológicas la psicoterapia plantea un problema especial, y por eso la hemos dejado para el final. El problema tiene su origen en que históricamente la psicoterapia moderna surgió en el seno de la práctica médica. La mayoría de los primeros psicoterapeutas eran médicos neurólogos o psiquiatras (una excepción importante es Pierre Janet, que comenzó a practicar la psicoterapia siendo filósofo aun antes de graduarse en medicina). Sin embargo, como ya hemos señalado, las grandes escuelas de psicoterapia, de Freud en adelante, no sólo implican una visión antropológica, sino que muchas veces presentan una ética alternativa cuando no una completa visión del mundo. De aquí surge la cuestión de si la psicoterapia es una especialidad médica más, o si pertenece a filosofía o a las ciencias sociales.

Para resolver este problema, habría que profundizar en la naturaleza de la enfermedad psíquica, cosa que en este contexto no podemos hacer . Evidentemente, gran parte de las enfermedades llamadas “mentales” son enfermedades en el sentido estricto de la palabra y susceptibles de un tratamiento médico. Pero desórdenes específica o principalmente psíquicos y psicogenéticos, que además son tratados por vía psíquica —como el carácter neurótico y los trastornos de personalidad—, nos permitimos dudar que puedan ser llamados enfermedades en el mismo sentido. Por otro lado, todo trastorno de la personalidad o carácter, en la medida en que hablamos de la personalidad humana en cuanto tal, tiene un aspecto moral fundamental que no se debe descuidar si se debe comprender la personalidad como un todo. Así lo señala Pío XII: «Hay un malestar psicológico y moral, la inhibición del yo, del que vuestra ciencia se ocupa de develar las causas. Cuando esta inhibición penetra en el dominio moral, por ejemplo, cuando se trata de dinamismos como el instinto de dominación, de superioridad, y el instinto sexual, la psicoterapia no podría, sin más, tratar esta inhibición del yo como una suerte de fatalidad, como una tiranía de la pulsión afectiva, que brota del subconsciente y que escapa absolutamente al control de la conciencia y del alma. Que no se abaje demasiado apresuradamente al hombre concreto con su carácter personal al rango del animal bruto. A pesar de las buenas intenciones del terapeuta, los espíritus delicados resienten amargamente esta degradación al plano de la vida instintiva y sensitiva. Que no se descuiden tampoco nuestras observaciones precedentes sobre el orden de valor de las funciones y el rol de su dirección central» .

Aquí se trata evidentemente del “carácter neurótico” y de los temas centrales de la psicoterapia clásica, es decir de Sigmund Freud (“el instinto sexual”) y de Alfred Adler(“el instinto de dominación, de superioridad”). Y es justamente refiriéndose explícitamente a estos temas que el Papa Pío XII dice: «¡Atención! Cuando entran en juego estos “dinamismos”, no se pueden tratar los desórdenes de la imaginación y de la afectividad como si nos encontráramos ante una fatalidad, algo inevitable e ingobernable. No hay que reducir al hombre al nivel del animal. Hay que pensar que, aun en estos casos, la razón y la voluntad, que pueden estar oscurecidas y debilitadas, no han perdido su rol central. Lo cual implica no sólo que la responsabilidad no ha desaparecido completamente —aunque en los casos concretos pueda ser difícil o imposible de determinar—, sino sobre todo que la psicoterapia no debe degradar al hombre a un simple o complejo mecanismo, o a un ser todo pulsión e imaginación. De este modo perjudicaremos especialmente a “los espíritus delicados”, o sea a los mejores».

Por este motivo, Pío XII alerta acerca de los peligros de una terapia que, como la psicoanalítica, hace que el individuo se sumerja sin defensa en sus fantasías y que, eventualmente, no sólo traiga a la conciencia imágenes sexuales reprimidas, sino que deba volver a vivenciarlas como requisito indispensable para la curación, con el peligro que esto supone para la pureza moral de la persona:

«Para liberarse de represiones, de inhibiciones, de complejos psíquicos, el hombre no es libre de despertar en sí, con fines terapéuticos, todos y cada uno de esos apetitos de la esfera sexual, que se agitan o se han agitado en su ser (…). No puede hacerlos objeto de sus representaciones y de sus deseos plenamente conscientes, con todas las rupturas y las repercusiones que implica tal modo de proceder. Para el hombre y el cristiano existe una ley de integridad y de pureza personal de sí, que le prohibe sumergirse tan completamente en el mundo de sus representaciones y de sus tendencias sexuales. El “interés médico y psicoterapéutico del paciente” encuentra aquí un límite moral. No se ha probado, aún más, es inexacto, que el método pansexual de cierta escuela de psicoanálisis sea una parte integrante indispensable de toda psicoterapia seria y digna de tal nombre; que el hecho de haber negado en el pasado este método haya causado graves daños psíquicos, errores en la doctrina y en las aplicaciones en educación, en psicoterapia y menos todavía en la pastoral; que sea urgente colmar esta laguna e iniciar a todos los que se ocupan de cuestiones psíquicas, en las ideas directrices, e incluso, si es necesario, en el uso práctico de esta técnica de la sexualidad» .

Más allá del detalle de la mayor o menor adecuación de esta crítica al pensamiento de Freud, es claro que para este autor la terapia supone la afloración sin censura de representaciones reprimidas. De alguna manera, el psicoanálisis es una terapia en la que el sujeto analizado se debe reconciliar con sus propios objetos imaginarios internos. Por eso, el analista no juega un papel educativo, sino que debe servir de pantalla para la transferencia. Contrariamente a lo que se suele pensar, la transferencia, tal como Freud la concibió, no es la relación personal entre analista y analizado. Esta relación personal es imposible, porque el sujeto no puede superar las propias imágenes internas. Nuestra relación con los demás es fatalmente siempre la repetición de nuestra relación con nuestras imágenes parentales . Por otra parte es claro que, aunque después de llegar a lo reprimido uno lo pueda rechazar conscientemente como moralmente inaceptable, esto es sólo después de: a) haberse sometido sin control racional a su influjo; b) haberlo vivenciado conscientemente, pues en la terapia psicoanalítica no sólo hay que reconocer intelectualmente el complejo de Edipo como “complejo nuclear”, sino que hay que “revivirlo” en la transferencia. La crítica, dirigida por el Papa Pío XII principalmente a las representaciones y deseos sexuales se puede dirigir también a las imágenes y tendencias agresivas, aunque éstas sean menos peligrosas por ser el apetito irascible, por su propia naturaleza, más cercano a la razón.

Esta crítica es perfectamente congruente con las líneas fundamentales de antropología cristiana: la razón y la voluntad son el centro directivo de la personalidad.

Pero Pío XII no se queda en la mera crítica del psicoanálisis, sino que propone una alternativa: partir de la visión cristiana del hombre al desarrollar la psicoterapia. En este sentido, dice Pío XII, hay que priorizar aquellos modos de intervención que se centran en la acción del “psiquismo consciente”, es decir de la razón y la voluntad, sobre la vida imaginativa y emocional; es decir, se debe preferir una psicoterapia “desde arriba”.

Sería mejor, en el dominio de la vida instintiva, conceder más atención a los métodos indirectos y a la acción del psiquismo consciente sobre el conjunto de la actividad imaginativa y afectiva. Esta técnica evita las desviaciones señaladas. Tiende a esclarecer, curar y dirigir; influencia también la dinámica de la sexualidad, sobre la cual se insiste tanto, y que se encontraría o incluso se encuentra realmente en el inconsciente o el subconsciente .

La vida sensitiva y emocional humana está hecha para ser guiada desde arriba, desde la razón. No es la vida de un espíritu encerrado en una bestia, sino una unidad hilemórfica, que es también, desde el punto de vista operativo, una unidad jerárquica. La vida sensitiva tiene cierta autonomía; pero ésta no es absoluta; ha sido creada para ser guiada por la razón y la voluntad. La “vida imaginativa y afectiva” puede ser guiada desde lo más humano en nosotros. La visión psicoanalítica es atomista, desde muchos puntos de vista. En primer lugar porque ve al psiquismo como un agregado de representaciones, que se reúnen en “complejos”. Por otra parte, porque considera que la vida psíquica superior resulta o emerge de la organización mecánica de los elementos psíquicos inferiores. Para la antropología cristiana, en cambio, la vida psíquica humana, que incluye y depende de la vida sensitiva, imaginativa y afectiva —como también, como no, de la vegetativa—, se hace sin embargo desde arriba, desde la inteligencia y la voluntad, que son las que marcan la finalidad y que por lo tanto deben dirigir la organización dinámica de la personalidad. La personalidad se entiende y se constituye desde aquí.

En el texto citado, Pío XII dice además que esta terapia desde arriba, no sólo implicará un esclarecimiento intelectivo, sino que también será directiva. Se trata de poner en un primer plano la relación del terapeuta con el paciente, relación que es personal, pues va de espíritu a espíritu, y que es además pedagógica. El motor de todo este proceso debe ser la caridad. De este modo, sin negar la pertinencia de la utilización de medios estrictamente técnicos de diagnóstico y tratamiento, la psicoterapia se convierte, por su finalidad última y por su medio principal, en una reeducación de vida emocional de la persona desde la razón y la voluntad, abiertas a la influencia de la gracia; es decir en una forma de pedagogía moral diferencial . El hombre sólo se entiende y se sana radicalmente desde lo profundo . Esta idea la expresa claramente Josef Pieper en las siguientes palabras: «Raro será que obtenga éxito la curación de una enfermedad psíquica nacida de la angustia por la propia seguridad, si no se la hace acompañar de una simultánea “conversión” moral del hombre entero; la cual a su vez no será fructuosa, si consideramos la cuestión desde la perspectiva de la existencia concreta, mientras se mantenga en una esfera separada de la gracia, los sacramentos y la mística» . 

Nuestra intención era plantear una serie de cuestiones especialmente epistemológicas en torno a la psicología contemporánea en su relación con la fe. Evidentemente en nuestro discurso sólo hemos llegado casi a enunciarlas y proponer algunas líneas de solución, que exigirían un trabajo más amplio que el presente para ser correctamente fundamentadas. Nos contentamos si nuestras reflexiones han despertado el interés por un tema que merece toda la atención del pensamiento cristiano. A pesar de todas las dificultades, quien esto escribe está convencido de que del desarrollo de una buena psicología y de una buena psicoterapia, según rectos principios filosóficos y teológicos, puede redundar un enorme bien para la Iglesia y para todos los hombres.

Fonte: Catholic.net

terça-feira, 12 de julho de 2011

Psicólogos católicos são vítimas de preconceito


Maria José Vilaça, uma das promotoras da Associação de Psicólogos Católicos, garante que estes profissionais têm sido ‘vítimas de preconceito’, e alguns até ‘vilmente tratados’, porque defendem a vida e defendem posições semelhantes às do Papa Bento XVI.

Em declarações ao SAPO, Maria José Vilaça admite que ser psicólogo e ser católico comporta dificuldades para este grupo profissional: ‘as pessoas têm já um preconceito’ – preconceito que, de resto, atinge também os restantes fiéis, hoje em dia, defende.

‘As pessoas são um bocadinho desprezadas’ por expressarem a sua fé, defende: ‘há um preconceito mesmo antes de as pessoas falarem’ e, por isso, ‘há pessoas que têm receio de expressar a sua fé’ - numa alusão às palavras de Bento XVI, que ontem lamentou a existência de ‘crentes envergonhados’ nos dias que correm.

Ser psicólogo e ser católico
Para a promotora da Associação de Psicólogos Católicos, também estes profissionais devem incorporar na sua profissão os princípios da fé católica – e garante até que há pacientes que procuram especificamente profissionais neste segmento.

‘As pessoas vêm à procura de um psicólogo católico, porque passaram por outros que não tinham qualquer orientação religiosa’, explica Maria José Vilaça: ‘as pessoas só querem ir a um psicólogo católico que compreenda a sua religião e que não vá contra aquilo que a Igreja diz’.

Diz a responsável pela associação, que há uma forma de fazer Psicologia ‘com uma visão antropológica do homem que é a visão cristã’. ‘Queremos que haja uma visão do Homem baseada numa antropologia católica’ na abordagem do psicólogo, assente numa visão do ‘Homem à imagem e semelhança de Deus’, e por isso mais em consonância com a Igreja, defende.

Maria José Vilaça dá um exemplo: ‘Alguns psicólogos destroem famílias, (…) quando dizem «tem todo o direito a ser feliz». As pessoas procuram num psicólogo um bom argumento e pretexto parra abandonar uma situação familiar complicada, mas a solução nem sempre é sair da situação’.

Um manifesto para o Papa
Em declarações ao SAPO, a promotora da Associação de Psicólogos Católicos recordou também que foi enviado ao Papa Bento XVI (a 10 de Maio) um ‘manifesto de lealdade e fidelidade’. Maria José Vilaça explica porquê: ‘achámos que era importante fazê-lo (...) e que, para ele, podia ser um consolo ter mais um grupo de pessoas a apoiá-lo’.

‘Era uma forma de nos sentirmos unidos’, refere.

+ O texto do manifesto a enviar ao Papa;

Marco Leitão Silva

Fonte:
noticias.sapo.pt

segunda-feira, 11 de julho de 2011

A Caverna - Livro VII da "República" de Platão

Mais um trecho de aula. Espero que gostem!

Raimundo Lúlio e As Cruzadas

Rudolf Allers - Psicanálise e religião (Parte III)


O perigo de a moral não naturalista ser destruída pela análise, mesmo que o psicanalista não tenha intenção de o fazer, é sempre muito grande, porque a moralidade — ou amoralidade — do freudismo pode tornar-se uma forte tentação. O psicoterapeuta logo é encarado pelo paciente como pessoa de autoridade; chamem a isso transferência, se assim o quiserem, porque o nome pouco importa. Uma concepção da vida que apela para o lado instintivo do homem exerce sempre uma sedução natural e, quando tal sedução é fortalecida pela autoridade, poderá tornar-se irresistível.

Não se pode dizer com verdade que os psicanalistas preconizem um relaxamento de costumes, mas é certo que eles concebem a moral por uma forma que é exatamente o oposto daquilo que um católico sabe que a lei moral implica. Isto refere-se em primeiro lugar à sexualidade, mas o mesmo sucede com qualquer outro aspecto do comportamento. E temos de chegar à conclusão de que o católico se deve abster de qualquer íntimo contato com as idéias freudianas. Se ele tiver dessas idéias inteiro conhecimento, será o primeiro a evitar tal contato; no caso contrário, é necessário pô-lo se sobreaviso.

Alguns adversários da psicanálise têm procurado acentuar a "imoralidade" da teoria e da sua atitude prática, no que diz respeito a certos problemas morais. o analista, dizem eles, é obrigado a defender pontos de vista incompatíveis com a moralidade cristã e, portanto, não pode deixar de ter uma influência destrutiva sobre o comportamento moral dos indivíduos e sobre as idéias morais do público. Este ponto precisa de uma elucidação.

A concepção que Freud e a sua escola formaram da natureza humana é, sem dúvida, muito diferente da concepção formada pela moral cristã e, principalmente, pela moral católica. O "princípio do prazer", mesmo depois da sua transformação em "princípio de realidade" não é a espécie de força motriz que a moral cristã supõe estar no fundamento do comportamento moral. A idéia de que a natureza humana está em ordem e "normal", desde que o indivíduo esteja apto para trabalhar e para gozar, não é idéia que possa ser aceitada pela ética católica. Estes aspectos da psicanálise são mais importantes, para responder à questão, do que a insistência de Freud sobre a sexualidade. Por muito errada que seja a noção de uma libido estendendo-se a tudo, não precisa de ser imoral.

O fato de que a psicanálise seja um sistema puramente naturalista e incapaz de avaliar a religião e o comportamento religioso em seu verdadeiro valor, é, sem dúvida, um sério inconveniente. Alguns analistas sustentam que não há necessidade de pôr em perigo as crenças religiosas de um indivíduo, desde que tais crenças não sejam o resultado de fatores patológicos ou um obstáculo para a recuperação da saúde mental. No entanto, será difícil ver como o analista, por muito que queira, evitará pôr em risco a atitude religiosa. Qualquer paciente, mesmo de inteligência média, não pode deixar de compreender que o espírito geral daquela teoria com a qual se relacionou durante o tratamento é completamente hostil às suas crenças religiosas. E pouco importa o fato de o paciente refletir ou deixar de refletir nisso.

O antagonismo entre a psicanálise e a moral católica, na medida em que tal antagonismo está implicado no sistema da filosofia e da psicologia de Freud, é uma coisa; o consciente eventual e a influência direta, aconselhando o paciente a agir contra os princípios da moral católica, é outra. Se se soubesse que muitos ou alguns psicanalistas aconselhavam os seus pacientes de forma que lhe sugerissem um comportamento contrário à moral, o perigo deste sistema tornar-se-ia, sem dúvida, muitíssimo grande.

Algumas das idéias sustentadas pelos psicanalistas são contrárias às concepções católicas, sem que sejam, no entanto, exclusivamente características do freudismo. Desnecessário será dizer que um analista, encontrando uma pessoa a braços com dificuldades domésticas, sem qualquer esperança e incapaz de continuar a vida com o marido ou com a esposa, acabará por lhe aconselhar a separação. Tal conselho poderá não ser mau, mas implica, na mente do analista, a idéia de que, depois da separação, essa pessoa poderá voltar a casar-se com alguém que lhe dê melhor vida. Esse conselho podia ter sido dado por qualquer médico não católico; as convicções que o originaram não são especificamente freudianas, pois pertencem a um conjunto de idéias comuns a todas aquelas pessoas que julgam possuir "um espírito liberal". O mesmo se pode dizer da sugestão para se procurar a satisfação sexual pré-matrimonial. Seria diferente, se se sugerisse a uma pessoa casada que, por qualquer motivo, procurasse relações sexuais extra-matrimoniais.

É muito difícil saber qual é a atitude normal dos analistas no que se refere a tais problemas, bem como é também muito difícil ter a certeza de que certos relatos publicados são inteiramente dignos de crédito. O tratamento psicanalítico pode, em alguns casos, principalmente se não foi bem sucedido, deixar um ressentimento definido no ânimo do paciente, e esse estado mental poderá muito bem deturpar, mesmo sem qualquer intenção consciente de calúnia ou de prevaricação, a memória de coisas mencionadas durante as horas de análise. É corrente, em alguns tipos da personalidade nevrótica, um certo desrespeito pela verdade objetiva; por isso, os relatos que nos são fornecidos por doentes nervosos têm de ser olhados com muita precaução. Alguns psicanalistas podem ter professado uma atitude demasiadamente "liberal", no que diz respeito a certas leis morais, mas há ainda razão para perguntar se tal atitude resulta do fato de serem sequazes de Freud, ou se resulta da sua mentalidade geral. Não nos devemos esquecer de que muitas idéias, definidamente anti-católicas, no que se refere a moral, têm partido de pessoas que não eram psicanalistas. As opiniões defendidas pelos bolchevistas sobre o casamento, sobre relações sexuais etc., pelo menos na primeira fase do seu domínio, não dependem de qualquer influência exercida pelos psicanalistas. Não há dúvida de que os pontos de vista de Freud contribuíram para propagar as discussões sobre assuntos sexuais. A insistência com que ele se referiu à sexualidade, e as suas provas, aparentemente científicas, da importância fundamental dos fatores sexuais na natureza humana, fortaleceram a posição daqueles que dirigiam os seus ataques contra a moral cristã. Mas não se pode dizer que o próprio Freud pregasse diretamente uma moral anti-católica. No entanto, pregou-a implicitamente.

Tanto quanto os relatórios podem ser acreditados, fica-se, sem dúvida, com a impressão de que alguns psicanalistas não sentem qualquer relutância em aconselhar atos decididamente imorais, especialmente — e até exclusivamente — no que se refere ao comportamento sexual. Num congresso de psiquiatras franceses realizado há anos, o Dr. Genil-Perrin referiu-se a numerosos casos em que ele e outros intervieram, e em que era freqüente darem-se conselhos de tal natureza. Mas é impossível lançar mão de cifras dignas de crédito. Não podemos saber quantos psicanalistas teriam, eventualmente, procedido dessa forma, nem tampouco podemos saber quantas vezes eles se viram obrigados a fazê-lo. A única coisa de que podemos estar certos é que o sistema da psicanálise não contém fator algum que iniba o analista de se servir de tal expediente. E sabemos também que existe um grande número de relatórios que mencionam essa atitude por parte de alguns psicanalistas, mas sendo de presumir que nem todos eles são falsos ou exagerados. No entanto, a justiça pede que limitemos o nosso juízo a fatos que podem ser provados, e a única coisa que se pode provar é o antagonismo essencial que existe entre o espírito geral do freudismo e a mentalidade católica. Isto, contudo, seria suficiente para obrigar os católicos a evitarem, tanto quanto pudessem, o contato com a psicologia psicanalítica, e a evitarem qualquer situação que pudesse dar ao analista, mesmo contra a vontade da pessoa, ocasião de influir sobre as suas idéias.

A enumeração das proposições da escola de Freud que brigam incontestavelmente com a fé cristã podia ainda continuar por algum tempo. Julgamos, porém, que dissemos já o bastante. Nenhum católico poderá professar tais idéias — a idéia da religião como uma neurose obrigatória, a idéia de Deus como sendo a imagem do pai, e a idéia da comunhão remontar à refeição totemística etc. — idéias essas que não podem ser consideradas senão como falsas, para não dizermos sacrílegas. Mas há sempre uma objeção. Não será possível separar o método da sua inaceitável filosofia? Não poderemos nós, embora sejamos cristãos, usar o instrumento fornecido pela psicanálise? Não poderemos pôr de parte a concepção naturalista, as idéias descabidas sobre religião, a negação da liberdade, o papel exagerado atribuído aos instintos, e "batizar", digamos assim, a psicanálise, mais ou menos como se diz que Santo Agostinho "cristianizou" o Neo-Platonismo e S. Tomás "batizou" Aristóteles? Estes filósofos pagãos também ensinaram coisas que a filosofia cristã nunca pôde aceitar, mas ensinaram outras coisas que eram verdadeiras, ou que, pelo menos, com alguma modificação, podiam ser verdadeiras. Se a filosofia cristã tivesse procedido com a filosofia pagã como se deseja que o católico proceda para com a psicanálise, isso representaria uma enorme perda para a humanidade, e teria talvez obstado o desenvolvimento da verdadeira filosofia cristã. Que razão há, portanto, para tal radicalismo perante a psicanálise, radicalismo esse de que a Igreja nunca se sentiu possuída no passado?

A resposta é, simplesmente, que tal analogia não pode existir. Tentamos mostrar, no capítulo oitavo, que se não pode separar a filosofia do método, e que aquele que adota o segundo tem, necessariamente, de perfilhar a primeira. Mas há outra razão para a intransigência que aqui consignamos. A psicanálise não está para o católico na mesma relação em que a filosofia pagã estava, nos primeiros séculos da cristandade, para com a filosofia católica. A psicanálise é mais semelhante ao Maniqueísmo, ou a qualquer outra das grandes heresias, do que à filosofia de Plotino ou de Aristóteles. E a Igreja nunca transigiu, por pouco que fosse, com qualquer heresia.

O espírito da psicanálise pode-se chamar, e com muita razão, espírito pagão, mas não é o paganismo dos tempos pré-cristãos; é o paganismo que surgiu quando a Cristandade já existia há séculos. E é um espírito completamente diferente. O paganismo dos velhos tempos morreu, pelo menos nos países de civilização ocidental, e não há possibilidade de o fazer reviver. Tal espírito não pode tornar a aparecer, porque as alterações que o pensamento humano sofreu, debaixo da influência de dois mil anos de Cristianismo, não podem voltar atrás. O neo-paganismo não é um regresso aos tempos de Platão ou de Sêneca: é, simplesmente, uma revolta.

Para compreender a natureza desse espírito, é necessário examinar a origem da psicanálise e as forças que contribuíram para o seu aparecimento. E teremos também de investigar as condições que tornaram possível o surpreendente sucesso das concepções freudianas. Desta maneira chegaremos — ao menos é essa a nossa esperança — a um melhor conhecimento da verdadeira natureza desta teoria.

Fonte: Permanência

Rudolf Allers - Psicanálise e Religião (ParteII)


Não esperemos poder convencer o psicanalista, nem nunca ele se considerará um herético. Nenhum herético, através dos séculos que conta o Cristianismo, se considerou alguma vez como tal. O herético, ou pretende estar dentro da Igreja, mesmo que defenda opiniões que divergem largamente dos seus ensinamentos, ou declara que é ele o único representante da verdade e da fé inalterada, e que a Igreja abandonou o caminho do seu Fundador, caminho esse que ele procura descobrir de novo.

Mas esperamos poder convencer os católicos e, sem dúvida, todos aqueles que acreditam em Cristo como Salvador e Redentor da humanidade. Muito desejaríamos poder conseguir isso, não só porque a atitude dos cristãos, no que se refere à psicanálise, ficaria melhor definida e fundamentar-se-ia melhor do que num vago sentimento de relutância e de ofensa moral, mas também porque a psicanálise é apenas um exemplo, ou ilustração, embora bastante notável, de uma atitude mental que se desenvolveu a ponto de dominar a mentalidade geral no decorrer do último século. Essa atitude tornou-se então muito influente, embora as suas raízes remontem ao passado da cultura ocidental. Um melhor entendimento daquilo que a psicanálise é, e um melhor conhecimento da natureza do espírito que ela cria, habilitar-nos-ão a seguirmos com mais clareza os rastos desse mesmo espírito em outras manifestações do nosso mundo moderno.

O caráter herético da psicanálise tornar-se-á claramente visível quando tivermos posto a descoberto as suas raízes e inspecionado os seus antecedentes. Será isso a nossa tarefa no próximo capítulo. Aqui, apenas nos referimos ao bem conhecido fato de que as heresias, através dos séculos do Cristianismo, sempre sentiram a necessidade de afirmar, cada vez mais, os seus direitos. É como se os hereges sentissem a consciência culpada e, com o fim de a fazerem calar, se sentissem forçados a apregoar as suas supostas razões difamando a Igreja, contra a qual se levantavam. [...]

Os católicos sabem também, não obstante se sentirem alarmados com a idéia de não serem modernos, que tudo aquilo que realmente contradiz os ensinamentos da sua fé não pode ser verdadeiro. Sabem, como coisa certa, que uma filosofia ou uma ciência que desrespeita concepções fundamentais do Catolicismo há-de acabar por desaparecer, por muito grande que seja o seu sucesso na hora presente. Sustento que a psicanálise é um enorme e perigoso erro. E o meu interesse é evitar que o maior número de pessoas possível — e, em primeiro lugar, tantos cristãos quanto possível — caiam nas garras de tal erro.

Há uma concepção fundamental na religião cristão que não é apenas desprezada mas, simplesmente, negada pela psicanálise. É a concepção do pecado. Em psicanálise não há pecado. A sua filosofia é decididamente determinista e a noção do pecado pressupõe o livre arbítrio. Também não há lugar para a noção de pecado neste sistema, porque o comportamento humano, de acordo com os princípios da antropologia freudiana, não depende das forças conscientes, mas sim de forças inconscientes. Isto é apenas uma conseqüência lógica do fato de que a psicanálise interpreta a consciência, não como o reconhecimento da conformidade ou não conformidade com as leis eternas da moral ou dos valores, mas como a expressão de um equilíbrio restabelecido, ou perturbado, de forças instintivas. A psicanálise vê necessariamente na consciência um mero fenômeno psicológico. Tal concepção da natureza humana não poderá exercer qualquer coisa que se assemelhe a responsabilidade.

Desnecessário será dizer que a psicanálise nada tem de ver com quaisquer noções que se refiram ao sobrenatural. Esta negativa completa do sobrenatural não é própria duma ciência empírica que, prudentemente, limita as suas investigações aos campos acessíveis à razão humana. O verdadeiro cientista tem grande respeito pelos fatos, não se pronuncia sobre as coisas, unicamente porque as não pode alcançar pelos seus métodos, e evita emitir juízos sobre assuntos cuja compreensão não está dentro dos poderes da fraca razão do homem. Mas o psicanalista vem dizer-nos que toda a crença no sobrenatural, seja na graça de Deus, como no próprio Deus, na eficácia dos sacramentos ou na imortalidade da alma, são tudo idéias que dimanam de fatores instintivos, que esta psicologia se orgulha de ter descoberto e privado assim da sua força impressiva. A psicanálise não vê diferença alguma entre a religião católica, os seus usos, ritos e sacramentos por um lado, e os mais primitivos e fantásticos costumes dos aborígines da Austrália ou da África central pelo outro. Dificilmente se encontrará um artigo de fé que não tenha sido submetido à análise, e que não tenha sido objeto de uma "explicação" psicanalítica. Estas chamadas explicações causariam abalo num espírito católico, se não fossem manifestamente baseadas numa absoluta incapacidade para compreender a doutrina que se pretende explicar.

Nos parágrafos anteriores apenas nos referimos às relações da psicanálise com a fé católica sem nada termos dito a respeito da moral católica. Vamos agora dizer alguma coisa sobre tal assunto.

A psicanálise, considerada como tal, nada tem a dizer sobre moral. Quer-se uma ciência, e as ciências podem fazer afirmações apenas sobre o que é, nunca sobre aquilo que devia ser. Esta é que é a verdadeira ciência. Mas não é próprio de verdadeiros cientistas o uso que eles atualmente fazem da ciência para propagar qualquer "reforma" da moral, ou para declararem que esta ou aquela atitude está, ou deixa de estar, de acordo com a moral. Tais afirmações feitas em nome da ciência são, sem dúvida, não a expressão de conclusões que os fatos impusessem ao espírito, mas a expressão de convicções que tem uma origem completamente diferente. A ciência apenas nos pode dizer os meios de que nos podemos servir para atingir algum fim, mas nada conhece acerca desses fins. A medicina não decreta que a saúde tem de ser conservada; apenas nos ensina como devemos proceder para a conservar. A expressão, tantas vezes ouvida, de "educação científica", ou significa que devemos aprender na ciência a melhor forma para realizarmos os nossos fins, ou não significa coisa alguma.

Todo aquele que acreditar que a ciência é capaz de fazer qualquer afirmação sobre a razão por que as pessoas têm de ser educadas não conhece coisa alguma sobre a verdadeira natureza da educação. E o mesmo sucede com a moral: "ética científica" é uma expressão sem sentido algum.

Mas mesmo o cientista é um ser humano e, como tal, não pode deixar de ter as suas convicções, os seus ideais e os seus desejos. É apenas natural, embora não seja justo, que ele procure, ainda que "inconscientemente", apresentar as suas idéias e ideais pessoais como se derivassem das ciências. As ciências que têm por objeto o homem não são as que estão especialmente arriscadas a estenderem-se para um campo onde não têm competência. Pelo fato de que a saúde é um bem naturalmente desejado pelo homem, a medicina facilmente chega a acreditar que os seus ensinamentos sobre medidas higiênicas são da mesma natureza dos preceitos morais. Pelo fato de que a psicologia conhece que um espírito funcionando normalmente é um valor desejado, o psicólogo julga-se autorizado a enunciar regras sobre educação. A psicologia médica está inda mais propensa a cometer este erro do que qualquer outra espécie de psicologia. O médico psicólogo observou muitíssimas vezes as desastrosas conseqüências que uma educação errada pode ter no desenvolvimento do caráter e da personalidade. Portanto, vem simplesmente declarar que este ou aquele método de educação "tem" de ser adotado. assim, mais necessário se torna examinar cuidadosamente o espírito de uma psicologia que se julga com o direito de impor à educação os seus métodos e alvos.

Educação é mais do que instrução; é, primariamente, a construção de uma personalidade moral. A ética e a educação estão, portanto, intimamente correlacionadas. E a educação não termina depois de se ter freqüentado uma escola superior ou um colégio: praticamente, a educação nunca termina. Somos educados pelos fatos, pelas influências do meio ambiente e pelas idéias, de forma que temos de nos educar a nós mesmos.

Uma psicologia nascida dum espírito decididamente anti-cristão não pode ser senão excessivamente perigosa. Mesmo que o psicanalista se esforce por evitar qualquer ofensa às idéias e sentimentos religiosos ou morais do paciente, não o poderá conseguir. O seu método, as suas interpretações, e toda a sua mentalidade são de uma natureza manifestamente hostil ao espírito cristão. Essa mentalidade dá-se a conhecer a todo o momento, e encontra-se implícita em cada uma das mais triviais observações. Ainda que o analista esteja resolvido a abster-se de toda a influência sobre a fé ou moral do paciente, a sua resolução será ineficaz, e ele não poderá deixar de transmitir a esse paciente o contágio de um espírito anti-cristão.

Há alguma coisa profundamente errada neste espírito, e o que está errado melhor se aperceberá, se considerarmos as idéias que a psicanálise professa a respeito do homem normal. A teoria de Freud era, e ainda o é em grande extensão, um processo para a cura de doentes nervosos. Todo o tratamento tem de ter como ponto de referência alguma idéia de normalidade, porque a obtenção dessa normalidade é o sinal característico de que o tratamento foi bem sucedido. Freud disse, mais do que uma vez, que um homem é normal quando está apto a trabalhar e a gozar a vida. Não há nada mais na concepção psicanalítica sobre a natureza normal do homem. Gozar implica, sem dúvida, a adaptação à realidade, desde que, não sendo assim, o desprazer seria maior do que o prazer.

Esta concepção foi estabelecida de novo, por exemplo, por Hendriks, que declara que a culminação do desenvolvido ego consiste em o indivíduo se tornar capaz de manter a sua existência, e assegurar uma satisfação adequada dos instintos libidinais e agressivos, num ambiente socializado de adultos. Estas definições são, como se está a ver, muito incompletas; os fatores morais são absolutamente ignorados ou, antes, estão incluídos na noção de ajustamento ao meio social. É um erro largamente divulgado o acreditar-se que a moral está limitada às relações com os nossos vizinhos: desprezam os deveres para com a própria pessoa, como desprezam os deveres para com Deus.

Daqui se segue que a psicanálise se mostra incapaz de avaliar devidamente certos fenômenos, como o sentimento de culpa ou a consciência. A consciência tem origem — observa um autor — numa identificação hostil. Vê-se que este autor não teve, no seu espírito, a mais rápida visão do fenômeno a que se refere. Outro diz-nos que o desejo de confessar o pecado cometido — não precisa de ser no confessionário, porque este desejo pertence à natureza humana — resulta de um impulso de revelação, que está relacionado com o "instinto parcial" do exibicionismo. E há ainda um terceiro autor que nos vem dizer que a necessidade da confissão está relacionada com o erotismo oral. Não será preciso multiplicar os exemplos. Os três já mencionados revelam uma ignorância de tudo quanto se refere a religião e a psicologia geral.

A concepção naturalista da natureza humana vem colorir todas as afirmações feitas sobre moral. Os verdadeiros mandamentos, as leis eternas, são coisas que não existem, de acordo com este ponto de vista. E tal mentalidade não pode senão ter uma influência altamente destrutiva sobre qualquer pessoa que esteja possuída de convicções diferentes. É possível que o tratamento psicanalítico de uma pessoa nessas condições venha a ser mal sucedido, se as convicções são suficientemente fortes, e se a diferença entre elas e as do analista se nota com clareza, ou poderá ainda suceder que esse resultado um gradual desmoronamento de tais convicções, devido à pressão contínua do espírito hostil do psicanalista.

Fonte: Permanência

Rudolf Allers - Psicanálise e religião (Parte I)



Rudolf Allers — ou o "Anti-Freud", como o chamou Louis Jugnet — foi psicólogo eminente: discípulo direto de Freud, trabalhou mais de 13 anos com Alfred Adler, e exerceu considerável influência em figuras tais como Victor Frankl, que foi seu aluno. Católico, vienense, desde cedo manifestou oposição às idéias de Sigmund Freud, que considerava anticientíficas. Em 1940 publicou seu famoso trabalho "The Successful Error— A Critical Study of Freudian Psychanalysis", de onde tiramos o capítulo que se vai ler, e que constitui um pungente libelo contra os erros da psicanálise.

O naturalismo e o materialismo são, necessariamente antagônicos da religião. Uma atitude mental que introduz fatores imateriais e trans-mundanos, que sustenta uma noção como a de uma alma espiritual e que acredita na revelação, torna-se, para o espírito materialista, ininteligível, estranha e perigosa. Tal mentalidade é, verdadeiramente, o oposto do materialismo e, ao passo que as atitudes religiosas existem e permanecem eficazes na vida humana, o materialismo sente a sua posição ameaçada. Os defensores de uma explicação "científica" da realidade vêem na religião, ou um inimigo, ou, pelo menos, um estádio rudimentar da evolução, que tem de acabar por triunfar para assegurar o "progresso" definitivo da raça humana.

A psicanálise é profundamente materialista e não pode mesmo professar outra filosofia. A sua base é o materialismo. Se os sequazes de Freud abandonassem o seu credo materialista, ver-se-iam obrigados a deixar de ser psicanalistas. Há alguns que estão convencidos de que podem acreditar, ao mesmo tempo, na verdade da religião e na verdade da psicanálise, sem incorrerem em auto-contradição. Esses homens imaginam isso, ou porque não conhecem suficientemente uma coisa e outra, ou porque o seu espírito é de tal natureza que se acomoda às contradições, ou ainda talvez porque não são bastante críticos para se aperceberem de tais contradições.

Ninguém que penetre no espírito da psicanálise e, ao mesmo tempo, seja inteiramente conhecedor da essência da fé sobrenatural, pode acreditar que estas duas coisas sejam compatíveis. Já varias vezes foi declarado, tanto por autores católicos como protestantes, que a psicanálise é, basicamente anti-cristã. Não há maneira de se sair deste dilema: ou se acredita em Cristo ou na psicanálise. Os próprios sequazes de Freud não têm dúvidas a tal respeito. Para eles, a religião não significa mais do que uma manifestação particular do espírito humano, da mesma categoria que as práticas da magia, do totemismo ou da bruxaria. Sempre os psicanalistas procuraram provar que a religião é um produto de forças instintivas e da reação contra as mesmas.

Freud fala da religião como de uma "ilusão". Os ritos religiosos são assemelhados a práticas devidas à obsessão, ou identificados com as mesmas práticas. A religião é uma neurose dos grupos. Não vale a pena entrar em pormenores, porque todas as obras dos psicanalistas estão cheias de observações no mesmo sentido. Não há dúvida alguma de que a sua convicção é que a religião é um fato puramente psicológico, que é nociva e condicionada pelos mesmos fatores que condicionam a neurose nos indivíduos, e que, finalmente, para bem da humanidade, tem de ser abolida e substituída pelo reino da ciência. Era isso que Freud esperava; a "ilusão" devanecer-se-ia perante a luz da razão; a ciência substituiria a religião na cultura e na vida, e uma nova época de prosperidade reinaria, quando a ciência reinasse como senhor supremo.

Esta é a mentalidade dum homem que nasceu pouco depois dos meados do século passado, que se educou na era do materialismo, do "liberalismo" e das entusiásticas esperanças no futuro, e que foi incapaz de se libertar da escravatura daquelas impressões que lhe haviam ficado da sua adolescência. Hoje verificamos que a ciência faliu, não porque não seja uma das mais admiráveis realizações do homem ou porque se mostrasse incapaz de promover o progresso, mas unicamente porque lhe atribuíram a capacidade de realizar aquilo que, de fato, nunca poderá levar a cabo. Mas a fé otimista de Freud na ciência permaneceu inquebrantável durante mais de oito décadas de sua vida. E nós poderemos compreender a sua imutável atitude; mas o que não podemos compreender é como pessoas de uma geração posterior, que tinham obrigação de ver as coisas como elas são, podem ainda defender um credo como o cientificismo. Para pessoas desta mentalidade, a religião é apenas um fato, como muitos outros, na história da cultura humana. E essas pessoas não estão também preparadas para admitir qualquer diferença entre as religiões. O último livro de Freud é um exemplo frisante desta incapacidade de discernir certos pontos que são decisivos. Assim, ele não conhece absolutamente nada das enormes diferenças entre o monoteísmo judaico-cristão e a idéia pagã de um deus supremo. A sua concepção sobre o monoteísmo dos judeus, devida à sua aceitação da religião de Athon, a divindade do sol do Egito, mostra que não conhece a essência do verdadeiro monoteísmo, e também que não procura informar-se sobre coisas que ele mesmo era incapaz de conhecer devidamente1.

Basta um conhecimento superficial da psicanálise para que qualquer pessoa possa ver o enorme golfo que separa a mentalidade cristã daquela que se encontra implicada na concepção freudiana acerca do homem. E é verdadeiramente impressionante ler num artigo de O. Pfister que os ensinamentos de Jesus Cristo nos Evangelhos apresentam grandes analogias com a teoria da psicanálise. Mas mesmo este autor, que, segundo parece, é protestante, reconhece que há também grandes dessemelhanças. E nós só temos a dizer que, de fato, as há. Outros teólogos protestantes, como, por exemplo, o Dr. Runestam, da Universidade de Upsala, pensam diferentemente; para esses, a psicanálise é profundamente contrária ao espírito do Cristianismo.

Uma filosofia que nega o livre arbítrio; que ignora a espiritualidade da alma; que, com um oco materialismo e sem qualquer tentativa de prova, identifica os fenômenos mentais e corporais; que não conhece outro fim senão o prazer; que se entrega a um confuso e obstinado subjetivismo e que se mostrou cega à verdadeira natureza da pessoa humana — não pode ter qualquer ponto comum com o pensamento cristão. É-lhe completamente oposta.

O antagonismo existente entre a mentalidade do freudismo, de um lado, e o espírito do Cristianismo de outro, é claramente percebido por aqueles que acreditam que a religião no mundo moderno deve ser suplantada pela psicologia, que o analista deve ocupar o lugar do sacerdote e que o homem encontrará alívio para os seus sofrimentos morais e respostas às suas dificuldades pessoais no consultório do psicanalista, em vez de encontrar esse mesmo alívio na confissão que faz a um padre católico. Tal idéia assenta sobre um errado conhecimento da religião e da psicanálise; ambas estas idéias estão deturpadas. Não há qualquer similaridade entre a confissão e a análise. A confissão é um sacramento. Os espíritos modernos não atentam senão aos fatores psicológicos que nela se encontram envolvidos, mas é preciso notar-se que mesmo esses fatores não são comparáveis. O penitente diz, na confissão, as coisas que sabe, narra os fatos de que se julga culpado e, eventualmente, expõe as dificuldades que o assaltam; tudo aquilo de que ele trata é "material consciente". O confessor nunca faz qualquer tentativa de explorar o inconsciente. A esperança e a boa vontade, um profundo conhecimento e, finalmente, a graça de Deus irão ajudar o penitente a dominar os seus hábitos pecaminosos, a evitar as recaídas, a fugir às tentações e a progredir no caminho da perfeição.

Não sucede assim com o analista e o seu paciente. Neste caso, aquilo de que o paciente tem conhecimento pouco interessa; o que importa é o inconsciente. Nem um nem outro confiam na boa vontade, porque a vontade não passa de um epifenômeno, e o que é real está escondido nas profundezas do inconsciente. Não há qualquer sentimento de culpa pela infração de uma ou outra lei moral objetiva, ou pela rejeição de um valor moral, mas apenas uma constelação de tendências instintivas, o conflito entre o super-ego e o id, e assim por diante. o analista nunca poderá ocupar o lugar do sacerdote. A missão deste tem de ser desempenhada por ele e mais ninguém2.

Não há necessidade de estarmos a pôr à prova a paciência do leitor, trazendo para aqui as idéias que os psicanalistas têm defendido pelo que diz respeito à religião. Todos ele têm falado muito sobre um assunto que apenas superficialmente conhecem e, além disso, confiam largamente nas suas concepções etnológicas que, como já vimos3, estão muito longe de ser dignas de crédito. As suas conclusões relativamente a práticas religiosas, aos ritos, à psicologia da fé e a outros assuntos semelhantes, muito dificilmente poderão ser tomadas a sério. Muitas dessas idéias são positivamente ridículas e mostram uma ignorância crassa.

Temos, porém, de enfrentar uma questão. Por que é que os psicanalistas têm um tão notável interesse pela religião? Há mais obras e artigos na literatura psicanalítica que tratam de problemas mais ou menos relacionados com a religião do que se pode imaginar. Parece que o espírito analítico está possuído de uma curiosa obsessão, e que se sente incapaz de se libertar dela. Não há dúvida de que a religião tem desempenhado um importante papel na história, e continua a influenciar mais a atitude geral da humanidade do que a própria ciência. a ciência, considerada como tal, dificilmente exercer qualquer influência; não é a própria ciência, mas a crença popular nela, que tem contribuído muito para formar a mentalidade de hoje. Ora, os psicanalistas não tratam de saber as razões por que o homem chega a acreditar na ciência de forma tão exagerada. Consideram como um postulado o homem ter de acreditar na ciência, mas procuram mostrar que qualquer outra crença, especialmente no sobrenatural, tem de ser explicada por razões psicológicas. A sua atitude é inegavelmente dúbia, devido à sua crença na ciência. Esses homens estão presos ao "cientificismo". Acreditam fervorosamente na ciência, como a panacéia por meio da qual a humanidade se há de erguer a um nível muito mais elevado.

Esta atitude tem certas raízes na história dos últimos sessenta ou cem anos. No próximo capítulo diremos algumas palavras sobre este fenômeno. Mas o fenômeno não explica a curiosa fascinação que a religião, e os problemas que lhe andam ligados, exercem aparentemente sobre o espírito psicanalítico. Deve haver algum fator mais diretamente ligado com a psicanálise e com a situação presente da civilização em geral. Fazer luz sobre este ponto é coisa que se torna ainda mais desejável, porque podemos assim alimentar a esperança de penetrarmos mais na natureza da psicologia freudiana, ou antes na antropologia freudiana, e, conseqüentemente, definirmos mais claramente a política que tem de ser observada por um católico no que diz respeito à psicanálise. Todo aquele que examine conscienciosamente a psicanálise e considere os fatos fornecidos por esta psicologia, no que diz respeito à sua própria natureza, só poderá chegar a uma conclusão. E tal conclusão há de ser expressa em termos muito breves: a psicanálise é uma heresia. Esta afirmação parecerá, talvez, surpreendente. Os cristãos podem ver-se tentados a rejeitá-la, porque não vêem nenhuma relação, ou qualquer terreno comum, entre a psicanálise e a sua fé. Uma heresia — dirão eles — é uma forma deturpada da verdadeira fé, que resulta de se desrespeitar ou desvirtuar qualquer dos artigos fundamentais. Mas, seguramente, a psicanálise nada tem de comum com a fé cristã. Não altera um artigo fundamental, como faz o Arianismo em relação à pessoa de Jesus Cristo, ou como faz o Protestantismo, em relação à natureza da Igreja, ou como faz ainda o Pelagianismo, no que se refere ao papel da graça na salvação do homem. O analista, por sua vez, não levará a sério aquela afirmação. Entende ele que nada tem de ver com o Cristianismo, que as suas atividades são científicas e que a ciência é independente de toda a fé. Dirá que estuda religião apenas como um fato entre tantos outros que a história da humanidade apresenta. E acabará por afirmar que não pensa em negar ou alterar qualquer dos artigos da fé, porque, para ele, tais fatos nada significam senão uma forma particular da ignorância, uma superstição ou uma ilusão — e não se nega uma ilusão ou uma alucinação, mas apenas se trata de estudar a sua origem e curar o paciente.

1. 1.Freud adota, pelo que diz respeito à história da religião, o mesmo método que segue pelo que se refere à etnologia. Limita-se a escolher, numa abundante literatura, apenas algumas palavras que se adaptam às suas idéias preconcebidas. Assim, presta grande crédito a um livro, no qual se aventa a hipótese de que Moisés foi assassinado pelos judeus. Este trabalho foi rejeitado pelas autoridades no assunto, mas isso não impede que Freud se apoie sobre ele para os seus raciocínios. A sua teoria, de acordo com a sua maneira de pensar, não precisa de provas, pois é já de per si uma prova de todas as asserções nela contidas. Ora, isto não é maneira de proceder para um homem de ciência.Seria necessário que os psicanalistas prestassem atenção ao fato de as referências, ou testemunhos de Freud, serem tão infelizes. Sempre que escolhe um autor, trata-se de um indivíduo que não merece a consideração das autoridades do assunto em questão.

2. 2.Para melhor elucidação sobre essas questões, veja-se o meu artigo "Confessor e Alienista", Revista Eclesiástica, 1938, 99, 401.

3. 3.Allers refere-se ao capítulo 9 do livro em questão, chamado "A Psicanálise e a etnologia". [Nota da Editora]


Fonte: Permanência